Burp! Barf! Puaj!

Ayer mientras volvía de visitar a mis viejos, venía pensando en cómo extraño sentarme frente a la computadora y escribir sin apuro, con tiempo para disfrutar del acto per se. Había estado masticando un tema que me conmueve, como para volver a empezar con entusiasmo y lograr que los tantos avatares que tiene mi vida cotidiana no me distraigan de algo que tengo ganas de hacer. Había decidido que si lograba llegar temprano a casa, acostar al niño y dormirlo sin escándalos, iba a encarar el tema pendiente; sin importar que al día siguiente tuviese que madrugar.

A las 22.30, en la casa de los abuelos tenía casi todo resuelto: primero un baño, luego la cena; faltaba el sueño, que llegaría sí o sí gracias a la combinación letal que es auto + mamadera.
Visualizaba una noche tranquila, hasta que un mínimo acto fisiológico lo arruinó todo. Una aislada e insignificante tos desencadenó una náusea, la náusea desató una arcada, la otra arcada, un vómito, y ese vómito liberó todo cuanto alimento se encontraba almacenado en el pequeño cuerpo. La sillita del auto, en el cumplimiento a la perfección de la función inmovilizadora, terminó de convertir la noche en una pesadilla: se podría decir que un noventa porciento de lo eyectado fue a parar al cuerpo del infante, distribuyéndose entre cuello, campera, sweter, camiseta, pantalón, manos, medias y zapatitos. El resto fue a parar al tapizado de la sillita, al cinturón, al plástico en el que se encastra y sí, obviamente, a mi vestimenta.
Sin muchas ganas de ponerme escatológica, debo explicar que la limpieza de determinadas sustancias no puede esperar. No solo por el olor con el que logran impregnar lo que tocan, sino también porque muchas veces determinados ácidos corroen y arruinan tejidos dejándolos inutilizables. Así que hasta las 12.45 am, aproximadamente, estuve lavando: primero al sujeto autovomitado, después la ropa de ese sujeto (o sujetito, debería decir), luego tapizados, plástico, toallas usadas, mi ropa y otros etcéteras que iban apareciendo casi por arte de magia. Luego de esto, por supuesto, me quedó un bebé desvelado. ¿Qué hacer? Nada, no se puede hacer nada. Sobre todo si este bebé no gusta de dormir como una.
Así que bueno, ¿qué les iba a contar? Ya no importa.

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