El timbre de los yayos


Recién, mientras buscaba un post en este blog fantasma, me di cuenta de dos cosas:

1- Cuando lo abrí, dije que iba a armar dos top five que suelen generar polémica entre mis amigos. Uno es el de mis cinco comidas; el otro se refiere a nombres de calles de Buenos Aires. En estos días algo voy a publicar, no porque tenga ganas de escribir sobre eso, sino porque odio tener cosas pendientes.

2- En el post sobre la risa, no quedó asentada una de las mejores anécdotas familiares que involucran a la yaya y que provoca carcajadas por doquier: la historia del timbre de los yayos.

Vamos a resolver el punto dos.

Yo vivía con mis viejos, a la vuelta de la casa de los yayos. Tendría unos diecinueve años (no estoy segura de esto). No puedo decir con exactitud ni cómo ni cuándo comenzó todo. Sí recuerdo que al inicio sólo era un comentario que pasaba inadvertido y luego, en la repetición, fue cobrando fuerza. La cosa es que en un momento, el tema de conversación en casa era que los yayos estaban preocupados porque alguien les tocaba el portero eléctrico y cuando salían al pasillo a ver quién era, no había nadie (aclaremos que ellos viven en un departamento en planta baja que da a la calle, por lo que cuando suena el portero, se asoman al pasillo y miran quién está en la puerta del edificio).

La primera reacción colectiva se expresó en un tajante "Ustedes no le abren a nadie, ¿entendieron?". Pero como la cosa seguía, ya no alcanzaba con nuestra advertencia. Había que intervenir.

Mi vieja estuvo con ellos algunas tardes, esperando a que el maldito acosador de ancianos osara tocar ese portero eléctrico. Pero no pasó nada. Como ellos son bastante sordos y desde la calle se escuchaba todo lo que hacían y decían, creíamos que el tipo (sí, tenía que ser un hombre) al advertir la presencia ajena, se alejaba prudentemente.

Más tarde comenzó el verdadero operativo. La consigna fue la siguiente: cuando les tocasen el timbre, los yayos debían llamar a casa, dejar sonar dos veces y colgar (esta medida preventiva tenía que ver con que se escuchaba todo desde la calle, así que si el criminal oía el pedido de ayuda, obviamente iba a escapar). Ante la yaya-señal, quien estuviera en casa, debía salir inmediatamente y caminar la media cuadra que separaba nuestra casa de la de ellos. Así ocurría (o más o menos, bah). Como a la yaya le costaba entender eso de la clave, dejaba sonar unas cuantas veces más que las dos que habíamos convenido. Cuando uno atendía, podía escuchar una voz que, a lo ET, pronunciaba con su mejor tono robótico: "Timbre. Dos-veces. Suena. Timbre" y cortaba. Sucedió varias veces y cuando el que levantaba el tubo se recuperaba de semejante aventura, corría hasta la esquina y... nada.

Hasta que, luego de un tiempo, nos dimos cuenta de que había algo sistemático en ese plan. Solo sucedía los jueves a la noche: ya teníamos un patrón. Podíamos atraparlo.

El siguiente paso fue enviar un escuadrón, los jueves, para detectar la presencia de extraños en la puerta del edificio. Una vez mi vieja se quedó un buen rato ahí. Inmóvil, refugiada en el marco de la puerta del caserón de la esquina, casi se infarta cuando en plena oscuridad, le pasó al ras del cuerpo un policía que hacía su ronda. En esa ocasión no vio nada y los yayos dijeron que no les habían tocado el timbre.

El jueves siguiente, mi viejo y Esteban fueron hasta allá porque llamaron para avisar. Esa vez fue distinto. Un NN masculino estaba sentado en el cantero de la puerta, en una actitud claramente sospechosa. No salía nadie del edificio para abrirle. No entraba nadie, tampoco. No hablaba, ni siquiera fumaba un cigarrillo. Tampoco (hay que decirlo) tocaba el portero. No había ninguna razón que justificara su presencia, que duró una eternidad (habrán sido unos quince o veinte minutos). De pronto, sin motivo alguno, se levantó y se fue. Habíamos perdido la pista nuevamente.

Después pasó un tiempo, no recuerdo cuánto.

Un día, mientras merendábamos en lo de mis viejos, aparecieron los yayos. Estábamos conversando hacía un rato cuando a mamá se le ocurrió preguntarles por las novedades del caso. El yayo, como si su comentario no tuviera ninguna trascendencia, como si nadie estuviera escuchándolo, como si hablara del clima, respondió: "¡Ah, cierto! Me olvidé de contarles: ya sabemos qué está pasando". Y dio la explicación más contundente, lógica y genial que podía existir. Los jueves, siempre a la misma hora, veían Hora clave, el programa de Grondona. El asunto es que cuando el tipo llevaba a un invitado, le daba un tiempo estipulado por reloj. Cuando su turno terminaba, sonaba una chicharra que, dado el nivel con el que retumbaba en ese televisor, tenía el mismo sonido que su portero eléctrico. Por eso nunca había nadie en la puerta. Y si alguna vez hubo alguien, bueno, qué equivocado que estuvo en estar sentado ahí a esa hora y ese día. ¡Y pensar que aquella vez casi seguimos al tipo ese, pobre, que vaya a saber qué cuernos hacía ahí, sentado sin hacer nada, sin tocar nada ni joder a nadie!

4 comentarios:

Dario dijo...

que lindo ver un post nuevo en un blog tan old school.

saludos violeta!

Eugenia Aguerreberry dijo...

esta historia es impresionante!!!!
"Timbre. Dos-veces. Suena. Timbre" no puede ser mas gracioso......

Centro médico Rusiñol en Madrid dijo...

Beautiful blog, Congratulations!!!

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