A mi entender, el secreto de unas escondidas exitosas depende de dos variables. Por un lado, la participación de gente que realmente comprenda el verdadero espíritu
competitivo de este juego. Por otra parte, que el lugar en el que se desarrolla la actividad tenga
doble circulación, necesaria para generar la tensión que supone para quien cuenta, decidir hacia qué lado dirigir la búsqueda, sabiendo que cualquier elección implica riesgos
. Puedo dar cátedra de esto, ya que tengo una cantidad de horas de vuelo que me definen como experta en este pasatiempo.
Cuando era chica, iba todos y cada uno de los domingos al club La Masía. No importaba si llovía o había un sol que ardía el pasto, si era invierno o verano, si mis padres tenían ganas o no. Pasé todos los domingos de mi infancia en ese lugar. Se me caen las lágrimas cuando pienso en cómo dejó de existir el espacio donde fui tan feliz (pero ese es otro relato). Era la sede deportiva del Casal de Cataluña, lugar del que mis yayos eran socios. Recuerdo que esperaba ansiosa a que se hiciera de noche para poder disfrutar de mi juego favorito, que en ese momento, por la rutina ya instalada, comenzamos a llamar "la típica escondi". (No sé porqué la supresión de la última sílaba, supongo que para darle una tonalidad afectuosa a la palabra).
Confieso que no era la que más se destacaba, pero tampoco contaba muy seguido. Había adquirido cierta técnica: esta consistía en escoger el lugar preciso (aquel que no estaba lejos de la pica, pero tampoco muy cerca como para ser el primer sitio pesquisado) y tener muchísima paciencia. Para ser una heroína por un instante, era necesario desarrollar esta virtud. Solo aquellos que lograban esperar el momento adecuado podían experimentar esa dicha plena que conllevaba el acto de tocar la pared y, con un grito que evidenciaba al mismo tiempo emoción incontenible y cierta calma sobradora, decir: "Piedra libre para todos mis cooooom-pas". Cada tanto, la vida me regalaba ese apogeo. Cómo extraño eso. En la adultez desaparecen esos momentos de felicidad tan intensa.
Esta introducción iba a cuento de que el otro día recordé el que posiblemente haya sido el capítulo más largo de mi vida. Estábamos con mis hermanos, parando en la casaquinta que mi tía Silvia había alquilado ese verano. Allá pasaba sus vacaciones con su hija (mi prima Julieta), con su ¿medio hermano? Hernán y con Walter (pareja en ese entonces de Silvia). Cuando llegaba la noche, una de las actividades predilectas eran las escondidas. El lugar era perfecto. Una casa grande, situada en medio de un parque inmenso con árboles, pileta y mucha vegetación. Aquella vez, alquien contó y todos nos fuimos a esconder. La pica estaba en una pared del fondo de la casa, equidistante de las esquinas que formaban los otros muros y opuesta a la puerta de entrada a la vivienda. La decisión que había que tomar no era difícil: ¿ir hacia la izquierda o hacia la derecha? (Nadie, a esa edad, hubiera osado alejarse más de un metro de la casa). Así que corrimos hacia alguno de estos lados. Pero Walter no. Él fue hacia la parte trasera de la quinta: lo que para nosotros era "el bosque". Yo lo vi. (Aquí debería dejar de lado mi oficio de correctora y decir redundantemente: "lo vi con mis propios ojos"). Se esfumó. Desapareció en medio de la noche entre los arbustos del jardín. El tiempo pasaba, comenzaron a picar o a ser descubiertos los participantes y Walter no aparecía. Todos teníamos puesta la esperanza en él, pues dependíamos de su liberación. Pero nunca volvió. Lo buscamos por toda la quinta. Entre los árboles, en la pileta, en la entrada, dentro de los autos estacionados. No estaba. Lo único que quedaba era asumir que habíamos sido engañados y que el tipo había encontrado la manera de atravesar el parque sin ser visto (cosa que era, prácticamente, magia), regresar a la casa y ocultarse en su cuarto. Allí dormía Silvia. Tocamos la puerta y ella respondió con firmeza y algo de fastidio que él no estaba. Decidimos, entonces, abandonar la búsqueda e irnos a dormir. Al día siguiente Walter solo dijo que se había ocultado toda la noche en un lugar secreto. Nunca supimos la verdad. Algunos, los incrédulos, decidieron que todo era una farsa, que nos había estafado. Yo todavía pienso que se quedó dormido sobre la rama de algún arbol, mientras se reía viendo desde arriba cómo nos había arruinado el juego.